A pesar de las brillantísimas victorias obtenidas por el Gran Capitán y de la conquista del rico reino de Nápoles, al Rey de Aragón Fernando II el Católico, no le acababa de gustar demasiado que un súbdito suyo fuera tan popular entre sus soldados. Llegó a sus oídos, y era cierto, que el Rey de Francia le había ofrecido pasarse a su bando, colmándole de riquezas, de honores y de títulos nobiliarios. Pero al Gran Capitán nunca se le ocurrió cometer esa traición. Sin embargo, Fernando el Católico, receloso del ilustre militar, tal vez porque no encontró ninguna otra forma de sacarle algún defecto, le pidió que le rindiese cuentas de los gastos económicos habidos en la conquista de Nápoles, sabiendo de antemano que el Gan Capitán no guardaba ninguna contabilidad.
Al Gran Capitán le pareció humillante que su Rey le pidiera que le rindiese cuentas por una empresa tan brillante como la conquista del extenso y rico reino de Nápoles, que además fue realmente barata en términos económicos, de tiempo y de vidas humanas de sus soldados. De modo que manifestó su enfado redactando, con mucha ironía y mordacidad, un informe económico tan inverosímil y tan disparatado que fuera totalmente increíble; todo ello con el propósito deliberado de reprocharle al Rey su mezquindad.
En el Archivo Histórico General de Simancas se conserva una copia de dicho informe. No hay unanimidad en las opiniones sobre su autenticidad. Algunos estudiosos no lo consideran auténtico; pero sí lo hacen la mayoría de ellos. La parte más famosa del mismo es la curiosa relación de los gastos:
- Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados.
- Por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados.
- Por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados.
- Por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados.
- Finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.
Hay que reconocer que el Gran Capitán, si bien tenía razón al sentirse muy molesto con las suspicacias de Fernando el Católico, ese Rey al que tan lealmente había servido, al que le conquistó un reino valiosísimo a cambio de casi nada, no fue muy diplomático al redactar este informe. Más aún, el último párrafo del mismo era francamente insolente; sobre todo habida cuenta de a quién se dirigía. Este informe no tenía que gustar, y no gustó nada, a su destinatario, el Rey de Aragón, que entonces era el monarca más poderoso de Europa.
La primera reacción de Fernando el Católico fue de ira; quiso destituir fulminantemente al Gran Capitán. Pero se lo pensó mejor. A diferencia del ilustre militar, el Rey de Aragón era el personaje que más inteligentemente manejaba la diplomacia en todo el mundo. No olvidemos que fue el modelo en el que se inspiró el escritor Nicolás Maquiavelo para componer su famosísimo libro “El príncipe”, libro que dio origen al calificativo “maquiavélico”.
Fernando el Católico se dio cuenta de que el Gran Capitán era un personaje tan famoso y querido por sus soldados, que no se le podía atacar directamente. Por eso, astutamente, diseñó un plan perfecto para que, a la vez que parecía que estaba premiando al Gran Capitán, en realidad lo que hacía era neutralizarlo totalmente.
Comenzó por nombrarle Virrey y Gobernador del reino de Nápoles. Así lo apartó del mando directo de sus tropas, y ya no pudo volver a renovar los laureles de sus glorias militares; ya no participó, por ejemplo, ni en los preparativos ni en la conquista del Reino de Navarra, ni en ninguna otra empresa militar.
El Gran Capitán, que era un hombre de armas, hubiera preferido que su Rey se lo llevara al mando de un ejército a cualquier lugar de Europa en el que hiciera falta, porque Fernando el Católico, por su política expansionista, tenía numerosos enemigos. Sin embargo, el Gran Capitán no podía renunciar al extraordinario honor que le dispensaba su Rey al designarlo como Virrey de Nápoles, y a su pesar, tuvo que aceptar este nombramiento.
Monumento al Gran Capitán en la ciudad de Córdoba
Tan solo 3 años después, en 1507, Fernando el Católico lo sustituyó en su cargo de Virrey de Nápoles por otro hombre de su confianza, teniendo el Gran Capitán que volver a España, donde se le nombró alcalde de Loja, cargo ridículo para tan insigne militar. Allí vivió hasta su muerte en Granada en 1515, casi olvidado de todos.
Al parecer, Fernando el Católico, como corresponde a quien mueve con maestría los hilos de la diplomacia y de la política, era un hombre muy inteligente, pero frío y calculador, poco agradecido y quizá algo rencoroso. Es evidente que tenía bien claro que “La venganza sabe bien, pero se sirve en plato frío”.
Autor : Enrique Garralaga Robres.
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