lunes, 24 de abril de 2023

LAS CUENTAS DEL GRÁN CAPITÁN (I). Autor : Enrique Garralaga Robres.


Cuando oímos o leemos que se compara a una relación de gastos con “Las Cuentas del Gran Capitán”, inmediatamente pensamos que se trata de una desvergonzada relación de cuentas, que lo que intenta es ocultar que quien la redactó se ha aprovechado fraudulentamente de una gran parte de cierta cantidad de dinero que alguien le confió para un fin determinado. Aunque el dicho “Las Cuentas del Gran Capitán” ya se ha incorporado al repertorio español de frases hechas y refranes populares con este significado, en realidad, “Las Cuentas del Gran Capitán”, no fueron exactamente eso. Vamos a revisar brevemente su contexto histórico para aclarar lo que verdaderamente significaron.







D. Gonzalo Fernández de Córdoba nació en el castillo de Montilla (Córdoba) en 1543. Era hijo segundón de un noble caballero, cuyos títulos nobiliarios y posesiones las heredó su hermano mayor, por lo que tuvo que dedicarse a ser solamente un soldado distinguido, sin ningún cargo militar importante, en la guerra para la conquista del Reino de Granada contra los moros (1482-1492). Pero pronto se distinguió por su valor y su audacia, especialmente en las batallas de Tájara, Illora y Montefrío.

Solo 3 años después, era ya tal su prestigio militar que, en 1495, fue enviado por mar a Nápoles al mando de un ejército formado por 2000 infantes y 300 jinetes ligeros. Nos da una idea de la admiración que sentían por él sus soldados, el hecho de que fueron ellos mismos quienes le dieron el apodo de “El Gran Capitán”.  Ha pasado a la Historia como uno de los generales más ilustres de todos los tiempos; en los tratados de historia militar se describen detalladamente las muchas batallas que ganó brillantemente a sus enemigos.

El Reino de Nápoles ocupaba entonces casi toda la mitad sur de la península italiana. Había sido conquistado en 1443 por el rey aragonés Alfonso V. En dicha conquista tuvo una participación muy importante uno de sus hombres de máxima confianza, D. Juan Fernández de Híjar y Centellas, quinto Señor de Híjar (El Señorío de Híjar todavía no tenía entonces la dignidad de Ducado; aún no existía ese título), quien fue además su embajador en Portugal, Castilla, Venecia y la Santa Sede, y también Virrey de Nápoles.

Al morir Alfonso V en 1458 sin hijos legítimos, le sucedió su hermano Juan II como monarca de todos los Reinos pertenecientes a la Corona de Aragón: Aragón, Cataluña, Mallorca, Valencia, Cerdeña, Sicilia; excepto uno, porque Alfonso V había legado Nápoles a su hijo bastardo Fernando. Así pues, el Reino de Nápoles estaba muy relacionado con la Corona de Aragón, pero era independiente de ella.

Años después, al fallecer el Rey de Nápoles Fernando II en 1495, Francia ambicionaba conquistar ese Reino. Y también lo hacía el rey de Aragón Fernando el Católico, quien firmó un tratado con Luis XII de Francia en el año 1500, repartiéndose dicho territorio entre ambos. Pero muy pronto empezaron los franceses a incumplir el tratado, ya que querían apropiárselo todo entero, para lo que enviaron allí un potente ejército. 

Es en este momento cuando entra en escena el Gran Capitán. Disponía de un ejército con muchos menos efectivos humanos y materiales que el gran ejército francés, pero contaba con su sorprendente genio para la guerra. En los tratados de historia militar se describen los inteligentísimos movimientos que ejecutó con sus hombres en las muchas batallas que ganó. El potente y numeroso ejército francés sufrió derrota tras derrota, hasta quedar prácticamente aniquilado, especialmente tras las importantes batallas de Ceriñola y Garellano (1503). El Rey francés tuvo que renunciar a sus pretensiones con respecto al Reino de Nápoles, que fue incorporado a la Corona de Aragón.







El Gran Capitán ante al cadáver del Duque de Nemours, Capitán General del ejército francés, tras la batalla de Ceriñola




En el año 1500, todavía los ejércitos europeos no habían evolucionado desde la Edad Media. El peso principal de las ofensivas corría a cargo de la caballería pesada. Jinetes y caballos se revestían de pesadas armaduras que, si bien no les permitían atacar a mucha velocidad, eran invulnerables ante las flechas, dardos y otros proyectiles, lanzados por arqueros y ballesteros. Avanzaban imparables, de modo parecido a como lo hacen los tanques en los ejércitos modernos.

El Gran Capitán se dio cuenta de que las modernas armas de fuego, arcabuces y mosquetes (armas modernas entonces, se entiende), que disparaban gruesas bolas de plomo con mucha pólvora, podían derribar a los caballos y aún herir gravemente a los jinetes, a pesar de su armadura, los cuales quedaban en el suelo, a merced de sus enemigos. Hizo por vez primera algo inaudito en aquella época: sustituyó hasta un tercio de sus efectivos tradicionales de infantería por arcabuceros y mosqueteros.

En las grandes batallas no solía atacar; prefería que lo hiciera el enemigo, mientras él situaba a su ejército en una posición adecuada para una defensa victoriosa; generalmente en lo alto de alguna colina. Para dificultar aún más el avance de la caballería enemiga, ordenaba cavar un foso, colocando al otro lado del mismo a los piqueros o piqueteros, soldados que manejaban unas lanzas con una pértiga larguísima, dispuestos en dos o tres largas hileras, una detrás de la otra. Era otra de las novedades en la táctica militar que introdujo el Gran Capitán, a la que destinaba una tercera parte de sus hombres. No movían sus picas de modo individual, sino coordinado, tal y como habían sido entrenados. De esta manera aumentaba mucho su eficacia.

Cuando comenzaba el ataque de la caballería pesada francesa cuesta arriba, les recibía una fuerte descarga de las armas de fuego, que les causaba muchas bajas. A continuación, los arcabuceros se retiraban detrás de las filas de picas para recargar sus armas. Al avanzar más la caballería pesada francesa se topaba con un foso y una especie de “muralla humana” erizada de picas, que les frenaba casi en seco. Entonces, para rematar al enemigo, partiendo de la retaguardia, cruzaba por delante de las filas de picas el resto de la infantería española, armados con espadas y escudos, acompañados de los arcabuceros, que causaban verdaderos estragos. Al retroceder el enemigo lanzaba el Gran Capitán tras ellos su caballería ligera, que los alcanzaba y acababa con ellos rápida e implacablemente.


Fue muy brillante y rápida la actuación militar del Gan Capitán en el Reino de Nápoles, al que conquistó causando muchísimas bajas al enemigo francés, y teniendo muy pocas en sus filas. Cabría pensar que el Rey de Aragón Fernando el Católico debería estar muy satisfecho con su invicto general, y además deseoso de premiarle como se merecía. Pero algunas veces la Historia nos depara desenlaces imprevistos y sorprendentes.



Autor : Enrique Garralaga Robres.

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